Esta pasada semana zonas de Canadá y Estados Unidos batieron temperaturas récord, llegando a los 50 grados C. “La comunidad científica, alerta que estas olas de calor a causa del aumento de la temperatura por la crisis climática, tendrán efectos globales y las comunidades deben prepararse para eventos más extremos.” The Guardian “Nowhere is safe
Leo este articulo esta mañana, mientras tomo mi café sentado en una terraza casi vacía, una de tantas terrazas que por estas fechas solían estar repletas de turistas Británicos, pero este año no, este año el virus con corona los mantiene en la isla, a ellos y a nosotros, en islas llenas de deseo por disfrutar del verano y dejar atrás confinamientos, como fantasmas del pasado, a la vez, cargados de miedo por la posibilidad de un nuevo brote, y todos en la carrera de vacunarnos, para salvar la economía y volver a la “normalidad” como si eso fuera posible.
Pero no es del virus “coronado” de lo que quiero hablar, aunque por supuesto, tiene relación. Quiero hablar de la sensación de impotencia e inevitabilidad, del “uf, menos mal que no hemos sido nosotros..Canadá pilla muy lejos” que me recorre el cuerpo, quiero hablar de esos refugios emocionales que creamos, para poder continuar con el “Business as usual”, o con “El negocio como siempre” si hacemos una traducción coloquial.
El mundo ya no es el que era y no volverá a ser “normal”, si normal, significa seguir transcurriendo en este limbo de consciencia, en una vida sin incertidumbre y sedentaria a la que todos aspiramos, que conlleve un crecimiento gradual y al final a una pensión bien merecida para poder alargar nuestra muerte en vida, tal vez ese “normal”, ya no sea. Y nos lo recuerdan de múltiples maneras, un virus, una ola de calor, una crisis económica, una crisis de valores.
Estoy de acuerdo con “Donna Harraway” tal vez definir esta nueva era del planeta como Antropoceno, se queda un poco corto...ella acuña el término, “Capitaloceno”, porque ciertamente es este modelo capitalista, patriarcal, industrial y extractivista el principal causante de esta situación. Y no es justo incluir a toda la especie humana como responsable de este descalabro, solo una minoría privilegiada (de la que soy parte) ha tenido acceso al uso y disfrute de una gran parte de los recursos de nuestro planeta.
No tengo la intención de apuntar con el dedo a los culpables, con el afanado deseo de cortar cabezas tan de moda en los medios, obsesionados en buenos y malos, blancos y negros, dualidades superfluas que nos sumergen en ese ruido blanco que lo llena todo, distraendonos la mirada y desviandola de la complejidad del problema.
Por mi parte, estoy convencido que solo si revisamos nuestro pasado, si ahondamos en la herida civilizatoria, encontraremos respuestas, El problema no es la economía, ni la política, o la educación, esos son los efectos secundarios que tienen un común denominador, la forma de relacionarnos que una pequeña parte de la especie humana tiene con su entorno , su desconectada cosmovisión y los valores que han sido construidos desde la misma. Personalmente, yo ya no busco, encontrar una solución al problema, o suscitar una batalla contra el clima y salvar la “humanidad”, más bien reconocer el lugar donde nos encontramos y como un cartógrafo, intentar desde ahí buscar los nuevos caminos a una ADAPTACIÓN sin aspavientos que sirva como balanza a lo que considero será un inevitable colapso.
Si el Capitaloceno ha sido la causa, ahora ya no vivimos en el Capitaloceno, más bien en sus efectos. Desde mi punto de vista, el Capitaloceno comienza en la Revolución industrial y acaba en el Siglo XX. El siglo XXI es el inicio de una nueva era, el Compostoceno, la era donde los efectos del Capitaloceno se hacen evidentes y comenzamos a percibir que han transformado el planeta, y a su vez inevitablemente a todos sus sere vivos (demasiado arrogante hablar solo de los humanos) la era de COMPOSTAR, de aprender a adaptarnos, de aprovechar los nutrientes que este sistema descarta, para permitir a ese gran desconocido que se atisba en el horizonte, enseñarnos este nuevo lenguaje, el lenguaje de otro mundo emergiendo de los nutrientes de este.
Para cerrar el círculo, quiero regresar a esa sensación de impotencia e inevitabilidad, a la que me refería al principio de este texto. Han sido muchas veces durante los últimos años, que me ha venido a la mente el final de la película de Lars von Trier, “Melancholia” , Los tres miembros de una familia, buscando refugio bajo un montón de troncos, para afrontar el inevitable choque de un asteroide con nuestro planeta...qué inmenso gesto de humildad y fragilidad, por lo que somos. No pretendo ser catastrofista con esta analogía, pero sí es cierto que la sensación de esta mañana se asemeja a sentir físicamente esa inevitabilidad, el asteroide cada vez más cerca.
Hasta hace poco, esta sensación de impotencia me producía sobre todo una respuesta de bloqueo y profunda tristeza, pero hay algo que está cambiando, cuanto más tiempo dedico a hundirme, a rendirme en esa inevitabilidad, a PARAR de cuestionar, imaginar, temer, planificar. Más siento que se abre una grieta de posibilidades dentro de mí, una ruptura donde lo desconocido, lo transformador, lo fugitivo, lo mutante, tiene un lugar.
Un Santuario donde todo es bienvenido (Como diría Bayo Akomolafe ). Un Canadá con ola de calor del que irreversiblemente todos somos parte.
Bienvenido a Canadá.